Chema Monje – Psicólogo
Colaborador externo del Instituto Séneca
Nuestro YO está presente de forma constante en una diversidad de escenarios o ámbitos. Esto, nos somete a una exposición continua y nos instala en un torrente de exigencias y comparaciones.
Lo que somos, como somos, lo que tenemos o lo que lo hacemos queda en manos de un interminable juicio y de veredictos insospechados.
Nuestra realidad lucha con nuestro ideal, nuestras fortalezas pelean con nuestras debilidades y nuestra confianza siempre queda en disputa con la incertidumbre.
¿Qué es la autoestima?
La autoestima es una valoración de uno mismo que se ubica entre medidas de muy baja a muy alta y que determinan nuestra satisfacción, aceptación o estabilidad.
Es un sentimiento que siendo de corte positivo favorece un proceso de empoderamiento y seguridad, pero cayendo en una nota más desfavorable acerca peligrosamente la marginalización y pesimismo personal.
Es un autoconcepto que está en constante evaluación, una percepción a nivelar diariamente y una sensación
que marcará nuestro estado de ánimo.
¿Cómo ponerla en equilibrio?
Escapar de los extremos para recuperar la normalidad que nos hace estar mejor con nosotros mismos es un trabajo personal, privativo e intransferible que tiene que ser entrenado.
Nos preparamos para desobedecer falsas creencias y limitaciones infundadas que internamente nos hacemos una y otra vez en un día a día que presiona y reclama.
Es ahí donde el conocimiento de nosotros mismos juega un papel fundamental. Escucharnos, mirarnos y atendernos es la base para formar una idea realista, honesta, sincera y clara de lo que soy y quiero llegar a ser, de donde estoy y a donde quiero llegar, de cómo hago las cosas y cómo me gustaría hacerlas.
Es en ese momento donde podremos aprovechar las demandas del exterior y propias para ser más diestros ante una evaluación que pasa a sernos útil y no plomiza, válida y no borrosa.
¿Qué efectos tiene?
Disfrutar de una autoestima nivelada de forma óptima es una poderosa herramienta de afrontamiento y aceptación de la experiencia que nos llega.
Hacemos frente a esos momentos convencidos, positivos, dignos y sanos para aprender con la crítica, para esquivar lo que no controlamos, para detectar a tiempo lo tóxico, para manejar nuestras emociones y acabar con lo que nos daña, desagrada o condiciona.
El diálogo interno se multiplica mejorando nuestro entendimiento, descripción, etiquetado y empatía del entorno, los otros y uno mismo.
La flexibilidad y la adaptación, sin conformarse, podrán compensar nuestras expectativas y prioridades, nuestros miedos e inseguridades, nuestras sensaciones y efectos buscando sin descanso ser mejores estando mejor.
Merece la pena intentarlo. Ánimo.
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