Andrés Luis del Val Barros | Director Académico del departamento de Marketing y Comunicación
¿Crees que los prisioneros de la caverna, habituados a las sombras, desearían abandonar su confortable ignorancia por una realidad que les resultaría dolorosa y desconcertante? (República, Libro VII)
Esta reflexión, con más de dos milenios de antigüedad, resuena con inquietante actualidad en nuestro contexto comunicativo contemporáneo.
El filósofo griego Platón, en su alegoría de la caverna, ya nos advertía sobre la tendencia humana a aferrarse a las sombras de la realidad en lugar de enfrentarse a la luz de la verdad.
En el ámbito de la comunicación, nos enfrentamos a un fenómeno tan antiguo como la humanidad misma, pero que en la era digital ha alcanzado proporciones alarmantes: la preferencia por una mentira reconfortante sobre una verdad incómoda. Este fenómeno, que podríamos denominar «la paradoja de la comodidad comunicativa», plantea un desafío formidable para los profesionales de la comunicación y la sociedad en general.
El panglossianismo, término acuñado a partir del personaje del Dr. Pangloss en «Cándido» de Voltaire, ejemplifica perfectamente esta tendencia. El optimismo ciego y la negación de la realidad que caracterizan a este personaje se manifiestan hoy en día en lo que podríamos llamar «burbujas de confirmación» en las redes sociales y los medios de comunicación. Los individuos, como modernos Pangloss, buscan y consumen información que refuerce sus creencias preexistentes, evitando cuidadosamente cualquier dato que pueda desafiar su visión del mundo.
La mayoría de las personas se complace más con las mentiras que las acarician que con las verdades que las instruyen.
Michel de Montaigne, en sus «Ensayos», nos ofrece una perspectiva reveladora sobre este fenómeno: La mayoría de las personas se complace más con las mentiras que las acarician que con las verdades que las instruyen. (Ensayos, Libro I, Capítulo IX).
Esta observación pone de manifiesto la compleja relación entre el ego humano y la recepción de información, un aspecto crucial en el estudio de la comunicación moderna.
La psicología detrás de este fenómeno es fascinante. Los seres humanos somos criaturas de hábitos y tendemos a aferrarnos a nuestras creencias, incluso cuando estas no están respaldadas por evidencias sólidas.
Cambiar nuestras opiniones requiere un esfuerzo cognitivo considerable y puede generar disonancia cognitiva, es decir, una sensación de malestar psicológico que surge cuando nuestras creencias entran en conflicto con nueva información.
Friedrich Nietzsche, con su característica agudeza, profundizó en esta tendencia humana: A veces las personas no quieren oír la verdad porque no desean que sus ilusiones sean destruidas. (Humano, demasiado humano). Esta observación nos invita a reflexionar sobre el papel de la ilusión en la construcción de la identidad personal y colectiva, y cómo la comunicación puede desafiar o reforzar estas construcciones.
En la sociedad actual, podemos observar manifestaciones concretas de esta preferencia por la mentira reconfortante. Por ejemplo, la resistencia a aceptar datos económicos que contradigan la narrativa política preferida, un fenómeno observable en todo el espectro ideológico.
Las consecuencias de este fenómeno son preocupantes. A nivel individual, limita nuestra capacidad de crecimiento personal y profesional, ya que nos impide aprender de nuestros errores y adaptarnos a nuevas situaciones viviendo muchas veces en conflicto con los principios más profundos del indivíduo. A nivel social, socava el debate público, polariza a la sociedad y dificulta la búsqueda de soluciones a los problemas comunes.
Siempre digo que en elecciones las urnas se llenan de emociones más que de razones. “La llama de la pasión no enciende la vela de la razón” y las personas tienden a instalarse en una contumaz defensa de sus siglas políticas o del personaje de turno por un tóxico compromiso con su universo emocional.
La comunicación efectiva en nuestra era requiere un delicado equilibrio entre el respeto por la sensibilidad del receptor y el compromiso inquebrantable con la verdad.
Para superar este desafío, debemos ser conscientes de nuestros propios sesgos cognitivos y trabajar activamente para superarlos. Algunas estrategias útiles incluyen: buscar información de fuentes fidedignas, practicar la escucha activa, evitar las generalizaciones (generalizar es una distorsión cognitiva) y ser conscientes de nuestras emociones.
Como comunicadores del siglo XXI, nuestro desafío radica en encontrar formas de presentar verdades incómodas de manera que sean asimilables sin sacrificar su esencia. Esto requiere no solo habilidad retórica, sino también una profunda comprensión de la psicología humana y las dinámicas sociales.
Sócrates, el maestro de la mayéutica, nos ofrece quizás la clave más valiosa para abordar este desafío. Su método de cuestionamiento sistemático, diseñado para llevar al interlocutor a sus propias conclusiones, puede ser una herramienta poderosa en la era de la posverdad. Como él mismo afirmaba: No puedo enseñarle nada a nadie; solo puedo hacerles pensar.
La comunicación efectiva en nuestra era requiere un delicado equilibrio entre el respeto por la sensibilidad del receptor y el compromiso inquebrantable con la verdad.
Debemos aspirar a ser comunicadores que, como Sócrates, no impongan verdades, sino que inspiren el pensamiento crítico. Solo así podremos superar la paradoja de la comodidad comunicativa y construir una sociedad más informada y resiliente.
La razón crítica de Descartes se alinea perfectamente con la observación de Sócrates: «Solo sé que no sé nada». Ambos filósofos nos instan a reconocer nuestras limitaciones cognitivas y a mantener una mente abierta y crítica. En un mundo donde la tendencia es aferrarse a creencias preexistentes y evitar la disonancia cognitiva, el enfoque cartesiano nos desafía a salir de nuestra zona de confort intelectual.
Aplicar la razón crítica cartesiana a la comunicación implica un proceso de deconstrucción y reconstrucción de nuestros conocimientos. Insisto: al igual que Descartes buscaba fundamentos sólidos para el conocimiento, los comunicadores modernos debemos aspirar a construir mensajes basados en verdades verificables, resistiendo la tentación de caer en la simplificación excesiva o en la manipulación emocional. En este enlace podéis leer mi artículo de “La Ventana de Overton”.
Sin embargo, es crucial reconocer que la búsqueda cartesiana de la verdad absoluta puede ser problemática en el contexto de la comunicación social. A diferencia de las matemáticas, campo en el que Descartes encontraba certezas, la comunicación humana está impregnada de subjetividad y complejidad cultural. Por lo tanto, mientras adoptamos el rigor del método cartesiano, debemos también estar abiertos a la pluralidad de perspectivas y a la naturaleza a menudo ambigua de las verdades sociales.
Nuestro conocimiento siempre está limitado por nuestras capacidades cognitivas y perceptuales
Kant, se muestra muy revelador en su «Crítica de la Razón Pura», proponiendo un examen riguroso de las capacidades y límites del conocimiento humano. Este enfoque, que distingue entre fenómenos (lo que podemos percibir y experimentar) y noúmenos (las cosas en sí mismas, que están más allá de nuestra percepción), ofrece un marco valioso para abordar la comunicación y la búsqueda de la verdad en nuestra era de información saturada.
La filosofía kantiana nos invita a reconocer que nuestra percepción de la realidad está mediada por las estructuras a priori de nuestra mente, como el espacio, el tiempo y la causalidad. En el contexto de la comunicación, esto implica que debemos ser conscientes de nuestros propios sesgos cognitivos y limitaciones perceptuales. Al igual que Kant nos advierte sobre los límites de la razón pura, debemos ser cautos al afirmar verdades absolutas en nuestras comunicaciones. Esto nos llevará a una postura de humildad epistémica, reconociendo que nuestro conocimiento siempre está limitado por nuestras capacidades cognitivas y perceptuales; sin embargo, lejos de conducirnos al escepticismo paralizante, la filosofía kantiana nos ofrece un camino hacia un conocimiento fundamentado y una comunicación más responsable.
Al reconocer los límites de nuestro conocimiento, podemos aspirar a una comunicación que sea a la vez rigurosa en sus afirmaciones y abierta a la posibilidad de revisión y mejora.
La relación entre verdad y realidad ha sido un tema central en la filosofía desde sus inicios. Las diversas corrientes filosóficas nos ofrecen lentes distintas a través de las cuales podemos examinar esta compleja relación y, por ende, nuestra práctica comunicativa.
El realismo, por ejemplo, nos invita a buscar una verdad objetiva, una realidad externa que existe independientemente de nuestra percepción. Sin embargo, reconocemos que nuestro acceso a esta realidad está limitado por nuestras propias capacidades cognitivas y sensoriales.
El idealismo, por otro lado, nos lleva a considerar la realidad como una construcción mental, subjetiva. La verdad, entonces, se convierte en un producto de nuestras experiencias y de las interacciones sociales.
El pragmatismo, con su enfoque en las consecuencias prácticas, nos recuerda que la utilidad de una idea o afirmación es un criterio importante para evaluar su valor de verdad.
El perspectivismo, en línea con Nietzsche, nos alerta sobre la multiplicidad de perspectivas y la imposibilidad de una verdad absoluta.
La fenomenología, centrada en la experiencia vivida, nos invita a valorar la subjetividad y la individualidad en la construcción del conocimiento.
Por último, el constructivismo social nos muestra cómo la realidad misma es un producto social, moldeada por nuestras interacciones y discursos.
En la era de la posverdad, donde la manipulación de la información y la creación de «realidades alternativas» son cada vez más comunes, estas diferentes perspectivas filosóficas se vuelven más relevantes que nunca. Nos obligan a ser críticos con los mensajes que recibimos, a cuestionar nuestras propias creencias, salir de la matrix, del rebaño, y a buscar una comprensión más profunda de cómo construimos y compartimos significado. Al comprender estas diversas perspectivas, podemos desarrollar una práctica comunicativa más reflexiva, crítica y, en última instancia, más humana.
No permitamos padecer ese extraño síndrome de Estocolmo ideológico donde consentimos el secuestro de nuestros princípios y valores más profundos.
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